La fiesta donde Ángel Loochkartt

 Sus símbolos lúdicos
Por Armando Silva Téllez
La danza, el disfraz, la máscara, recorren los veinte años de trabajo de Ángel Loochkartt, mientras el color exuberante y el trazo abierto y decidido son sus elementos con los que arma la fiesta de su arte. Es así como el esfuerzo por identificar su vida con el arte va tomando forma en la medida que su propuesta avanza en el tiempo para llegar hasta sus suberbios Congos del Carnaval de Barranquilla en los que ya se ha gestado la autonomía de su trazo. Por esto, considero, me es difícil pensar en el artista Loochkartt sin asociarlo a esas imágenes excitantes y vitales que crecen y giran alrededor de Joselito Carnaval.
¡Pero cómo se forma esa fuerza afirmativa que nutre sus propias imágenes hasta que pareciesen minimizar las dolorosas contradicciones en las que vive el mundo "real"? Sus obras creo entenderlas como escenas en permanente enganche con su pasado, su infancia, su ciudad, su gente. Pero ni aun sus retratos son retratos verídicos ni sus personajes personas auténticas. Sus iconos, diríamos, niegan el carácter narrativo o duplicador de la imagen para dar paso a una provocadora sugestión y así cada cuadro suyo hace signi­ficante, por sobre toda opción, el deseo bruto que sale airoso a la superficie. Es aquí donde sus figuracio­nes entran a la vida social en búsqueda de una simbología que cada observador re-construye en su perso­nal fantasía. Es por todo ello que sus obras más sobresalientes las encontramos indefinidas respecto a una intención concreta y las hallamos mejor, como escenificaciones, en ocasiones decididamente teatrales, en las que la fuerza del movimiento de sus figuras, más que estas mismas, constituyen la razón del asalto a nuestra atención. Y es que es en la necesidad casi violenta de hacer expresar sus telas, grabados dibu­jos, que sus imágenes danzan, se disfrazan o se enmascaran, salen, en fin, de su marasmo descriptivo para, como imágenes creadas por el arte, conducirnos a profundas zonas míticas en las que los símbolos se tocan y trastocan reviviendo legados culturales de su y nuestra biografía homóloga. He ahí su lucha personal convertida en festival en la que el juego con un real pero imprevisto pasado adquiere ricos niveles metafóricos. Sus símbolos, construidos en la perspectiva lúdica del recuerdo consciente o incon­sciente, destapan un imaginario loco, como lo es toda fantasía, que muchas veces toca nuestras propias huellas.
La obra artística de Loochkartt nace entonces de su irrefrenable necesidad de expresión que el ha conver­tido en testimonio de sus vivencias. Sus obras menos destacadas (o menos expresivas) acaso tengan que ver con un exceso de intelectualización, que desvirtúa su primaria explosión lírica.
Y entonces diríamos que el trabajo de este artista no ha sido indiferente a las realidades concretas. Todo lo contrario. Su testimonio creativo esta escrito en su propia vida que el ha dejado fluir hallando en su enorme torrente legítima expresión de esta Colombia en su contorno provinciano, su lumpesco urbano y el surrealismo de su cotidianidad. Pero además su arte es una fiesta porque el goce y el placer que propone su frenética temática también son las armas de su propio trabajo.