Biografía

Autorretrato
Barranquilla, Colombia, 1933
Uno de los artistas más importantes de Colombia. 

Dibujante, grabador y pintor de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico

Estudios y experiencia docente
Academia di Belle Arti, Centro CALAL de Artes Aplicadas, Academia di San Giacomo. Roma. East Los Ángeles Collar, California. Director y profesor de la Escuela de pintura de la Universidad del Atlántico, de la carrera de pintura en la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá.

Exposiciones
Primera muestra de artistas latinoamericanos, Roma, 1958. Bienales de Venecia, 1958 y 1989. Primer Encuentro de la plástica americana, La Habana, 1972. Momentos de trabajo, 20 años, retrospectiva, Universidad Nacional de Colombia, 1981. XVIII Bienal Internacional de Sao Paulo, Brasil, 1985. 100 años de Arte colombiano, exposición itinerante América y Europa, 1986. Exposiciones individuales desde 1958 en Colombia, Italia, Brasil, Argentina, Costa Rica, Cuba, México, USA, España, Francia, Alemania, Holanda y Polonia.

Distinciones
Primer Premio II Salón de Pintura, Santa Marta, 1962. Primer Premio de diseño, Centro Colombo Americano, Barranquilla, 1964. Medalla al Mérito docente Leonardo da Vinci, Bogotá, 1980. Premio Cristóbal Colón, Planetario Distrital, Bogotá, 1986. Primer Premio Salón Nacional de Artistas, Bogotá, 1986. Premio de la Universidad del Atlántico al artista egresado del Milenio, Barranquilla, 2000; y Premio Vida y Obra 2011 de la Secretaría de Cultura de Barranquilla. Figura homenajeada en el Carnaval de las Artes, Barranquilla, 2013. 

Bibliografía
Existe una extensa bibliografía sobre la obra de Loochkartt, la cual ha sido objeto de ensayos críticos de Francisco Gil Tovar, Germán Pubiano Caballero, Alvaro Medina, Gonzalo Márquez Cristo, Samuel Montealegre, Luis González Robles, Maria Elvira Iriarte, Diego Marín, Mario Rivero, Gloria Inés Daza, Armando Silva Téllez, Leonel Estrada, Eduardo Marceles Daconte, Federico Broock, Zarita Abello, Carlos Flores Sierra, María Cristina Laverde y Fernando Ginard. Algunas de las obras de Ángel Loochkartt se encuentran en importantes colecciones y Museos tanto de Colombia como de numerosos países del mundo.

E-mail: comunpresencia@yahoo.com
Telefax: 2495782
Bogotá, Colombia

Material pictórico del sitio Web 
Derechos reservados 
© Ángel Loochkartt

La ofrenda del instante

Aproximación crítica
Por Gonzalo Márquez Cristo
El artista pinta lo invisible para que nosotros podamos vernos, percibirnos, hallarnos, y el encuentro siempre está en la libertad, en la imaginación que nunca es sometida.
«Yo pinto para ser libre, es decir para no estar solo –dice Ángel Loochkartt–. Para compartir mi respiración y mi huella dactilar, mi taquicardia... Y para continuar pegado a mi sombra».
Comprometido a rastrear sus obsesiones, a mostrar personajes del color local, a consagrar sus más intensas soledades, el pintor se aventura a seguirse, y así instaura la alianza: adivina nuestra geología interior. «No es posible buscar afuera, imitar arquetipos. Es necesario adentrarse. Pues la obra impuesta por lo establecido, que pinta el rostro del presente, desaparece con él».
Loochkartt sigue descubriendo, guiándonos a sus revelaciones incesantes. En los últimos años ha ampliado el espectro de sus temas e incluso ha buscado el cuadro total: óleos con numerosos personajes escenifican en forma casi cinematográfica su fuerza imaginaria. El color encuentra nuevas luces, la forma es más compleja y eficaz. «Lo importante es crecer hacia abajo, enraizarse, hacerse abisal, extenderse en las profundidades».
El arte es riesgo para el creador barranquillero, danza sobre la cuerda floja. Cada verdadera pintura esconde nuestros próximos ojos, funda el horizonte de nuestra mirada futura, y como en el relato Zen es posible observarla en la más densa oscuridad.
«Hay que ir siempre en contravía sin estrellarse, accidentando los colores, hiriendo las formas establecidas, extraviando lo que nadie ha perdido, para poder observarnos sin necesidad de los espejos».
Si en el surrealismo ver significaba imaginar, para Loochkartt es existir y de ahí su vinculación con el tiempo. Su pintura representa algo que está por suceder. Sus figuras se mueven como en el sueño, muestran la estela de su transcurrir. Y así como el fotógrafo persigue el instante irrepetible, él lo produce, lo provoca, y todos los elementos de sus cuadros quedan al acecho de su posibilidad existencial, aguardan como felinos el último signo para el salto. Asistimos muchas veces a la poética del abismo.



                                               Dibujo de Loochkartt, "Riña de vecinas". 1971

Sus magistrales dibujos tienen el poder del ritmo, de lo sensual. Sus trazos en forma de herradura son reflexivos, luminosos, como en el Retrato hablado de Cristo o en sus singulares creaciones sobre la violencia, ahora revisitadas por la crítica. Su obra es una forma de descifrar el tiempo, de cautivarlo. En sus figuras eróticas percibimos el curso del deseo, en sus bodegones podemos ver al viento, escucharlo... Los ángeles –tan frecuentes como perversos en su corpus estético– de repente deciden detenerse, el gato Odiseo irrumpe sobre la mesa del artista tumbando sus pinceles, una mujer se desnuda sabiendo que un niño la contempla.... La lúcida provocación se alterna con la suspensión de lo onírico.
El artista también testimonia el espíritu del lugar. Su exploración sobre nuestra realidad es vasta y los temas de su pintura diversos. De los controvertidos travestis y hampones, puede ir con facilidad a sus bodegones de frutas tropicales o a la prolífica serie de Congos y Marimondas del Carnaval de Barranquilla; de los desplazados a los perturbadores ángeles músicos, y así mismo a los retratos de bellas damas que constituyen sus exposiciones: Perdidas en el tiempo y las Amadoras de Bolívar.
Si a veces la sombra cae sobre el color para expresar la desolación, si reina en la carnavalesca decadencia, si propiciando el deseo muestra su desgarradura, también cuando su pintura se ocupa del día es voluptuosa y las frutas de sus bodegones son carnales, despliegan un erotismo solar.
Cultor de la noche, cree que siempre el ocultamiento conduce a una revelación, que lo prohibido nos fundamenta más que lo permitido, y que la sociedad sólo festeja para destruir. La provocación, la rebeldía, es su actitud intransigente, «sólo aquello que me pervierte existe, es».
Para Loochkartt el arte es una descarga que modifica la mirada, un combate sin tregua contra la moral impuesta por el poder. «El erotismo es la propuesta esencial del hombre, la fuerza dadora del latido, el sí vital».


Dibujo de Loochkartt, "Guerrillero". Serie violencia, 1968
Su obra, como la de los llamados Expresionistas Colombianos (Góngora, Granada, Giangrandi, Alcántara, Rendón, Samudio) recuerda el verso del gran poeta francés Yves Bonnefoy: «La que destruye al ser, la belleza, será torturada». Y es allí, en su crítica a los cánones establecidos, en su aparente destrucción, donde se renueva, donde hallamos la belleza en lo más precario y marginal. Lo condenado, lo proscrito, los bajos fondos, son una veta de inspiración, o como lo ha dicho el pintor, de respiración, de opción de vida. «A mí no me ha pasado sino lo imposible, lo que ocurre a todos los hombres y pocos pueden advertirlo».
Su arte es una conciliación con las adversidades de la naturaleza, con las arbitrariedades y esplendores de lo humano. Él no pinta, lanza su pintura contra el lienzo. Su óleo llueve, graniza en la tela. Es un artista de crueles desciframientos, de delirios, de barrocos espacios tridimensionales.
Las mujeres de cabello en forma de pagoda surgen con rasgos masculinos y los hombres se feminizan. Casi toda su obra es la consagración de la androginia, de la imagen esencial del ángel. También el universo lésbico está mágicamente narrado en su serie de formato circular: Hábitos eróticos de las mujeres etruscas.
Si Malraux pensaba que el arte no es una religión sino una fe, Loochkartt podría cambiar de religión pero no de dios, y buscar diversos ángeles, hasta hallar aquel que no le dé la espalda al mundo.
El verde y el rojo son asiduos en su movimiento interior. El color flota sobre la forma, se desplaza, se desprende de la figura.
«Las manzanas de Cézanne son bellas por aquello que las distancia de las frutas verdaderas ¿Quién hallará el sitio dónde ocultó Picasso los azules? ¿Quién sabe dónde se esconde el amarillo? ¿Qué color me buscará mañana?», lo escucho decir en mi memoria...
¿Cómo creer después de Van Gogh que el sol no ha cambiado de lugar?




Obra de Ángel Loochkartt en

Línea expresiva

Sibilas
Por Germán Rubiano Caballero
A lo largo de toda su carrera Ángel Loochkartt se ha expresado como pintor y dibujante. Según cuenta el propio artista, en ocasiones necesita pintar, y, en otras, no puede expresarse sino a través del dibujo.
Estas últimas obras nunca pueden considerarse trabajos previos para sus pinturas. En la mayoría de los casos son dibujos absolutamente terminados en los que el artista ha concentrado, en el medio más adecuado, una idea plástica que lo obsesiona.
Tal es el caso de la serie "Escalera Arriba" que ha sido realizada en los últimos meses. Ángel Loochkartt no tiene palabras suficientes para describir la extraña aparición que tuvo a comienzos del año en un hotel de Bogotá. Una figura femenina sui generis invadió con su tremenda humanidad, su presencia estrafalaria y sus ademanes teatrales el "lobby" del hotel. Por lo menos así lo atestigua el artista. Una mole gigantesca de carne bien alimentada, envuelta en sedas y pieles, pletórica de joyas y afeites, se Pavoneó durante varios días, por aquella zona de circulación tan aparatosa como impersonal. Sobre la alfombra roja, en las escaleras o en el rellano, "Sibila" hizo gala de su poder y de su ociosidad. Loochkartt la siguió embelesado. A riesgo de ser con fundido con un ladrón que estuviera pendiente de sus pasos, el artista la auscultó durante muchas horas. Al principio sin ayuda de papel y lápiz, luego con la mayor desfachatez, haciendo apuntes en un cuaderno. "Sibila" siempre lo miro con displicencia pero, tal vez, por Loochkartt (aunque el no lo crea) exageró los ademanes, y jamás salió del hotel.
De los muchos bocetos que realizó con su modelo extraordinario, Ángel Loochkartt presenta en esta exposición una selección de sus numerosos dibujos de la serie "Escalera Arriba: Digamos que soy Sibila y que el ocio me fascina”: En estos trabajos es sobresaliente la línea expresiva que no solo logra captar la figura descomunal en sus poses y gestos característicos, sino que enfatiza la teatralidad de un personaje fofo, símbolo o prototipo de una sociedad ávida y decadente.

Expresionista sin más remedio

Buena década del 60
Por Gil Tovar
Uno de los que aparecieron con la marca del talento en aquellos años presenta ahora su trayectoria de veinte años como pintor, con una completa o casi completa retrospectiva de más de 250 obras, capaz de ofrecernos una buena idea de su evolución.
Pintor poderoso, sumergido en la visión de un mundo intenso a través del color, el barranquillero Loockhart es verdaderamente la pasión de pintar. Expresionista sin más remedio, su obra constituye un ejemplo de lo tantas veces se ha dicho teóricamente sobre este estilo que halló sus manifestaciones más típicas dentro del mundo germánico; que los sentimientos, fuerza matriz de la expresión, no sean sumergidos por la pintura ni representados por ella, sino que sean ella misma. También es ejemplar expresionista Loockhart por la facilidad con que en los momentos de creación hace emerger lo patético, oscureciendo toda otra manifestación del alma. De ahí que casi necesariamente, haya tenido que "caer" durante los últimos años en la pintura "alla prima"; en lo que vemos lo más consecuente de su trabajo; porque pintar "alla prima" como es sabido es una solución técnica apoyada en una habilidad de oficio que consiste obtener el resultado que se busca sin ir más allá de un solo y definitivo toque de pincel, sin insistencias, capas sucesivas ni retoques. En otros pintores, pintar así puede que sea una muestra de capacidad pictórica, de destreza. En los expresionistas no puede ser sino una necesidad técnica sin la cual los principios mismos del estilo no se hacen evidentes. Y la evidencia es una de las cosas que también hacen bueno el expresionismo.
Ante la obra de Loockhart se recuerda frecuentemente a Kokoschka, tanto por la manera como por la intención de agitar los motivos de inspiración; y a Ensor y a Solana, por el afán de penetrar con cierta obsesión en mundos de apariencia alegre. En los más recientes años, ese mundo es para Loockhart e/ de los "congos" costeños y el de los "travestis" bogotanos, que se presentan a maravilla para sus masas de color disonante y su movimiento tembloroso. Como Weininger, este buen pintor barranquillero parece sentir la pasión y la "alegría triste" por el caos.

La pintura como libertad

Loochkartt: intuición evolutiva
Por Samuel Montealegre
Entre las constantes formales de la obra de Ángel Loochkartt emergen la materia densa y la pincelada libre, que aplica con frecuencia a manera de torbellino –lo cual ocurre aún cuando diluye la pasta pictórica–. Las imágenes surgen de los ritmos de los trazos y un dibujo a base de grafismo ayuda a definirlas. Además, la composición asimétrica sobre ejes diagonales refuerza el sentido de movimiento: es vida, devenir.
Se trata de una obra figurativa inte­rrumpida sólo por una breve experiencia abstracta entre 1960 y 1962. Siguiendo el recorrido del artista vemos que se configura una especie de cadena cuyos eslabones están constituidos por series temáticas, entre las cuales: La pepita (I 963), La Sibila (1973), Los Congos (1977), Los Travestis (1977), Las pinturas eróticas (I 979), Los paisajes de Villa de Leyva (198 I ), Los ángeles (1981), Los Hampones (1982).
Algunos títulos indican claramente las preferencias del pintor por aquello que vive al margen del buen comportamiento. Es más, Pepita enfatiza el grotesco mundano; o sea, desde el interior del mismo mundo burgués, el artista relieva fascinado la ruptura de sus reglas.
Las características hasta ahora anotadas nos obligan a meditar sobre lo que Loochkartt propone y cuyo núcleo central, en sentido ideológico, está conformado por un anarquismo individualista: él defiende con tenacidad cuanto es libertad, y al transgredir le otorga, para compensar la represión social, un espacio a través del arte.
Decir que estamos ante un neo-expresionista es repetir de modo mecánico una clasificación. La pintura de Ángel Loochkartt se enlaza en realidad con el barroco latinoame­ricano** y deriva estímulos de lo popular (el barroco, asimismo, tomó de lo popular y posteriormente injertó en él elementos propios) y del folclor colombiano. En el último caso basta mencionar lo is evidente, Los Congos, comparsa del Carnaval de Barranquilla, su ciudad.
Pero más conexiones temáticas y lingüísticas, son vivencias: en nuestro barroco se producen desacomplejadas fusiones culturales, en lo popular emerge la frescura del sentir y en cierto folclor la sexualidad se vuelve provocante sensualidad. Elementos que son el mismo Loochkartt.
En Europa la anarquía encuentra desde 1916, y por algunos años, la máxima expresión artística en el movi­miento Dada, en el cual la provocación es el arma más certera. Es necesario considerar que la espontaneidad del objeto dadaísta está compensado por una fuerte estructura ideativa y que sólo de tal modo combate con eficacia. En años recientes esta actitud ha querido ser adoptada, sin causticidad, enfatizando más en la forma.
En cambio la anarquía que artísticamente propone Loochkartt no consiste en retrogresión al Dada con el ready made y el desplante, sino en una pintura que combate el prejuicio con contrapuntos cromáticos: en amplias zonas de colores fríos (azules, verdes, tierras...) vibran pinceladas de colores cálidos (rojos, amarillos, anaranjados...)
y, a veces, hay centellas de luz pura (blanco).Temas, composición, color, modo de aplicación de la pintura, dibujo... afirman el derecho de ser.
Firme en sus enunciados y en su evolución intrínseca, la labor de Loochkartt se gesta y consolida al margen del reclamismo; de pronto el acontecer artístico internacional pone de moda la neofiguración expresionista, que coincide con su obra, y este viraje hace que se fijen en ella.
Lo exacto es aproximarse a la pintura de Angel Loochkartt interro­gándose a fondo sobre cuanto ésta anticipa cierto gusto y evaluar en qué grado tal presencia, más que las modas, pone las bases para determinarlo. Se nos presenta entonces la oportunidad de reflexionar sobre la evolución individual, la del contexto propio y la del cosmopolita. Confrontándolas logramos deducir y reafirmar que en algunos casos, independientemente del apoyo social y de la situación geográfica, la intuición evolutiva del artista actúa con mayor rapidez marcando el ritmo.


Obra de Ángel Loochkartt en

La fiesta donde Ángel Loochkartt

 Sus símbolos lúdicos
Por Armando Silva Téllez
La danza, el disfraz, la máscara, recorren los veinte años de trabajo de Ángel Loochkartt, mientras el color exuberante y el trazo abierto y decidido son sus elementos con los que arma la fiesta de su arte. Es así como el esfuerzo por identificar su vida con el arte va tomando forma en la medida que su propuesta avanza en el tiempo para llegar hasta sus suberbios Congos del Carnaval de Barranquilla en los que ya se ha gestado la autonomía de su trazo. Por esto, considero, me es difícil pensar en el artista Loochkartt sin asociarlo a esas imágenes excitantes y vitales que crecen y giran alrededor de Joselito Carnaval.
¡Pero cómo se forma esa fuerza afirmativa que nutre sus propias imágenes hasta que pareciesen minimizar las dolorosas contradicciones en las que vive el mundo "real"? Sus obras creo entenderlas como escenas en permanente enganche con su pasado, su infancia, su ciudad, su gente. Pero ni aun sus retratos son retratos verídicos ni sus personajes personas auténticas. Sus iconos, diríamos, niegan el carácter narrativo o duplicador de la imagen para dar paso a una provocadora sugestión y así cada cuadro suyo hace signi­ficante, por sobre toda opción, el deseo bruto que sale airoso a la superficie. Es aquí donde sus figuracio­nes entran a la vida social en búsqueda de una simbología que cada observador re-construye en su perso­nal fantasía. Es por todo ello que sus obras más sobresalientes las encontramos indefinidas respecto a una intención concreta y las hallamos mejor, como escenificaciones, en ocasiones decididamente teatrales, en las que la fuerza del movimiento de sus figuras, más que estas mismas, constituyen la razón del asalto a nuestra atención. Y es que es en la necesidad casi violenta de hacer expresar sus telas, grabados dibu­jos, que sus imágenes danzan, se disfrazan o se enmascaran, salen, en fin, de su marasmo descriptivo para, como imágenes creadas por el arte, conducirnos a profundas zonas míticas en las que los símbolos se tocan y trastocan reviviendo legados culturales de su y nuestra biografía homóloga. He ahí su lucha personal convertida en festival en la que el juego con un real pero imprevisto pasado adquiere ricos niveles metafóricos. Sus símbolos, construidos en la perspectiva lúdica del recuerdo consciente o incon­sciente, destapan un imaginario loco, como lo es toda fantasía, que muchas veces toca nuestras propias huellas.
La obra artística de Loochkartt nace entonces de su irrefrenable necesidad de expresión que el ha conver­tido en testimonio de sus vivencias. Sus obras menos destacadas (o menos expresivas) acaso tengan que ver con un exceso de intelectualización, que desvirtúa su primaria explosión lírica.
Y entonces diríamos que el trabajo de este artista no ha sido indiferente a las realidades concretas. Todo lo contrario. Su testimonio creativo esta escrito en su propia vida que el ha dejado fluir hallando en su enorme torrente legítima expresión de esta Colombia en su contorno provinciano, su lumpesco urbano y el surrealismo de su cotidianidad. Pero además su arte es una fiesta porque el goce y el placer que propone su frenética temática también son las armas de su propio trabajo.

Los Congos de Ángel Loochkartt

"El congo jadeante". Óleo de Ángel Loochkartt
El color y el movimiento
Por Eduardo Márceles Daconte
El Carnaval de Barranquilla es quizás uno de los espectáculos colectivos de mayor colorido y musicali­dad que existen en el país. Allí desfilan durante cuatro días las danzas, cumbiambas, disfraces, y carrozas como manifestación de la alegre vialidad de un conglomerado humano que el resto del año se entrega asimismo a trabajar para obtener el sustento de cada día. Pero mientras duran las fiestas del carnaval, hay un desenfreno estimulado por el ron y la música que obliga a danzar a/ más severo de los concurrentes.
Hasta hoy, sólo Alejandro Obregón había logrado captar la impetuosidad que caracteriza el colorido del trópico costeño. Pero aquí llega Ángel Loochkartt para demostrar que él también ha entendido esa asombrosa dualidad que es el ingrediente predominante de la costa Atlántica: el color y el movimiento.
Porque estos dos elementos están siempre presentes en la vida costeña. Sus congos son, en primer lugar, una acertada temática que recoge una tradición por mucho tiempo ignorada por los artistas del Litoral Caribe o admirada sólo como una curiosidad pintoresca de diversión local. Únicamente en época reciente, la antropóloga Nina de Friedemann recuperó en una película de 30 minutos la vida y razón de ser de los congos del Carnaval de Barranquilla.
El tratamiento que Loochkartt da a su trabajo es realmente certero. Sin limitarse a retratar de una manera folclórica la gestualidad, el colorido de sus trajes y la coreografía de la danza, el pintor se entre­ga –con el mismo vigor que caracteriza a los danzantes– a recrear una visión de tremendo impacto en donde los congos brincan de la tela y se ponen a bailar frente al espectador. Tal es la vitalidad que pro­yectan. No hay duda que el pintor descubrió el único camino para manifestar el elocuente éxtasis de sus protagonistas. La solución radica en la expresividad de un trazo suelto y nervioso que no da tregua para la elaboración minuciosa del realista convencional. Todo lo contrario, su obra es una muestra de un expresionismo emocional que se ubica especialmente en Alemania y nos llega desde las pinturas de Matías Grunewald (s. XVI), pasando por los rostros enmascarados de James Ensor y el colorido de Emil Nolde. Con ese expresionismo con tundente se identifica la obra de Loochkartt. Sus rojos violentos y sus amarillos incandescentes son tan luminosos como el mismo sol y el mismo cielo que se preña de jirones apasionados en cada atardecer tropical.
La fluidez del movimiento rítmico de la danza es una característica que el pintor mane/a con exquisito cuidado para dar esa imagen de conjunto que asombra por su espontaneidad.
También nos parece adivinar en algunos cuadros el recuerdo de Goya. Las miradas huecas de Ios rostros cubiertos de harina, una cierta actitud de mística ensoñación, pero todo trabajado en un conjunto que nos hace escuchar el tambor que llama a los congos y los cuerpos que serpentean en la noche de carnaval para entregarse al frenético rito de la danza y terminar al amanecer en el silencio y la soledad de una ciudad agobiada por el incesante resplandor de las velas encendidas, la música y el ron que corren sin parar hasta el Miércoles de Ceniza.
Aquel esplendor efímero, todo ese colorido de oropel y seda que nos ofrece a borbotones el Carnaval de Barranquilla han sido virtuosamente recordados y reelaborados por el ingenio y el talento de un pintor que de nuevo se nos revela después de un prolongado silencio. Y es así que se confirma, una vez más, que la verdadera creación artística no es el resultado de un mecanicismo de fácil comercialización, sino del empeño tenaz de largas noches de cavilación y días inasibles de constante búsqueda.

Travestis

Desafíos
Por Mario Rivero
Es difícil imaginar un lenguaje distinto al de Ángel Loochkartt para lograr una más brillante representación del tema de los "travesti"
Con una gama rica de color, aplicado espesamente, Loochkartt exige a la materia que haga llegar hasta los sentidos el aire funambulesco, malsano, de éstos personajes que nutren la noche capitalina, con un margen de indignidad asumida en nombre de la libertad y la revolución sexual operada por el siglo.
Personajes como de comparsa, extrañamente ataviados con pelucas, pieles en el cuello, plumas, como en un desafío al sentido común. Proponen un espectáculo rufianesco, de fantasía con alardes de vicio. Embo­zados en sus vestiduras femeninas, con el rostro maquillado, en reivindicación de su singularidad, parece como si estuvieran sobre un escenario. Hay una verdadera insolencia y broma perversa en su disfraz, en su cosmética atracción de máscaras.
Disfrazan su rostro, sus sentimientos y su vida; se "corrigen" a sí mismos ante el espejo; como una forma liberada de con formarse, enmiendan la plana a la naturaleza. Realizados en verdes, en fucsias y amarillos con trastados con grises, los cuadros están hechos "alla prima"; es decir realizados, cada uno, en una sola tarea.
La pincelada misma tiene una cualidad alucinatoria, vertiginosa. Hay en ella toda la emoción toda la magia visual que se necesita, para el tratamiento de este difícil tema, a fin de no caer aplastado bajo el peso de la propia elección. En sus "travestis" Loochkartt, está tratando de captar, no solamente, las cualidades estéticas y formales, su carácter pintoresco, frívolo, exótico, todo lo que es objetivamente apreciable, sino también esa ambigüedad, esa carga furtiva, la condición esencial de extravío, de extra­vagancia, que constituye en ellos su propia naturaleza.
En esta exposición vemos a Loochkartt, en un momento de especial brillantez. En perfecto domi­nio de sus medios, de su talento plástico y de su temática. Su curiosidad ante los tipos y personajes excén­tricos, que empezara con "Sibila", su deseo de absorber a América como luz y color, que continúa en "Los Congos"; concurren solidariamente, se perfeccionan y encuentran su verdadero clima, en este narcisista y adornado mundo de los "travesti"; que se esfuerzan en vivir, a través de la estupenda paleta de Loochkartt, su descalificación social como un desafío.


Obra de Ángel Loochkartt en

Pintura de choque

La belleza de la intensidad
Por Luis González Robles
Las obras de Ángel Loochkartt pregonan su apasionada vocación de artista con un singular lenguaje plástico en la más pura ortodoxa línea del Expresionismo, manifestado de una manera vigorosa en firmes trazos que recortan la imagen para acentuar su carácter simbólico o emotivo, en su deseo ferviente de penetrar más hondo en busca de la otra belleza, más espiritual, de las cosas que existen debajo de la tangible común superficie. Belleza que a veces es reemplazada por la intensidad de unos blancos espacios, con gruesa materia intencionada, donde los sordos colores de los objetos o de las figuras adquieren un dramático contraste.
Los esquemas son simples, sobrios, exentos de retórica. El color es simbólico y por lo tanto sujeto a la intencionalidad de la obra. Ángel Loochkartt hace una pintura de choque.

Las estrellas de la noche

Libertad y equilibrio
Por
Fernando Guinard
Loochkartt ha tenido el privilegio de beber en la fuente de la eterna juventud y lo demuestra con sus pinturas de los últimos años donde la fuerza expresiva y erótica se reproduce como una tormenta tropical. Nunca ha sentado sus posaderas en los sofás apoltronados del arte oficial, siempre ha sido invitado a exponer su trabajo y él atento a cualquier guiño que implique un amor estético, ha viajado por medio mundo y ha mostrado paisajes, bodegones y personajes místicos y mundanos. A los personajes les succiona las energías ocultas y plasma el espíritu erótico de sus objetos del deseo: los cuerpos desnudos. Uno de los grandes de la nueva figuración, De Kooning, a quien Loochkartt admira con mucha devoción, descubrió las formas flotantes y deformes que acompañan su pintura, cuando observaba a los buscadores de moluscos que introducían sus cuerpos en la resaca y se deformaban flotantes con sus respectivas sombras sobre la espuma del mar. Loochkartt, el marinero, percibió que la energía y los fantasmas del mar podían capturarse en la expresión pictórica. Una vez terminados sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico, con el patrocinio y complicidad de José Ángel, su padre, acólito de sus sueños, se embarcó hacia Europa en el Marco Polo. Cuatro veces, en diferentes períodos de su eterna juventud, ha realizado el viaje de retorno, acompañado de la calma y la furia de Poseidón cuando abraza las olas y se transforma en tormenta tropical. Loochkartt, el pintor, insuflado por esta energía, se convierte en tormenta pictórica y en ola gigantesca que lanza y estrella sus personajes contra las miradas de los amantes estéticos. Las formas artísticas expresionistas son intensas, no pueden ser gratuitas porque se convertirían en una mezquindad. La obra de un artista, su estilo, surge de una tensión, es su vida interior expresada en formas tan naturales como el aroma de un amor. Loochkartt es un artista expresionista por excelencia. El expresionismo es una concepción del mundo y cobija innumerables tendencias. En la obra El grito, del noruego Eduardo Münch, se muestra el esquema de un rostro horrorizado frente a la violencia imperante en el entorno. El desencanto y la sexualidad son los temas recurrentes en la obra de los expresionistas alemanes Otto Dix, Jorge Grosz y Max Beckmann, y en la de los vieneses Oscar Kokoshka y Egon Schielle. Las formas expresionistas de Loochkartt, abstractas y figurativas, cuando son pintadas alla prima, se caracterizan por las deformaciones con pinceladas rápidas y sueltas que captan, sin bocetación ni premeditación alguna y con una gran potencia expresiva, una emoción, un movimiento, una mirada o un gesto. La mano del artista reacciona en función de innumerables automatismos adquiridos por la práctica. Son formas orgásmicas. Cuando no trabaja alla prima, la pincelada es más calmada, la tensión es menor, el resultado es como el del mar en calma, como el de un cuerpo exhausto que sólo espera una mirada, una caricia, o un beso tierno para encender el fuego interno. La mirada del artista crea nuevas vidas. Si el terreno es árido aparece como un dios salvador con su pincel mágico que abona la tierra estéril y hace que todo germine de una forma diferente.
Como buen noctámbulo, Loochkartt avanza por las profundidades de la noche y llena sus lienzos de estrellas mundanas que exhiben sus rostros mutantes y su espíritu andrógino. Loochkartt, felino y ave de presa, divisa a sus víctimas con mirada certera, las captura, les extrae el espíritu, para que vivan por sí mismas en la superficie del lienzo. Los travestis y las Prostis son series reiterativas del espíritu nocturno con su carga de erotismo, sufrimiento, maldad y bondad. Los travestis son ángeles andróginos de dos metros de estatura, encaramados en tacones de veinte centímetros de altura, senos de modelo, caderas estrechas y pipís de quinceañeros. Son «mujeres» que viven y sienten su feminidad, desean a los hombres para extraerles las últimas gotas de sudor y hombría. Son muchos los que aman a los habitantes de la noche. Como Loochkartt, el gran poeta mexicano, Jaime Sabines, también exalta a las estrellas de la noche cuando les dice: Das el placer y nada pides a cambio sino unas monedas miserables. No exiges ser amada, respetada, atendida, ni imitas a las esposas con los lloriqueos, las reconvenciones y los celos... Recibes en tu seno a los pecadores, escuchas las palabras y los sueños, sonríes y besas... Anticipas tu precio, te enseñas; no discriminas a los viejos, a los criminales, a los tontos, a los de otro color; alivias a los impotentes, estimulas a los tímidos, complaces a los hartos, encuentras las fórmulas de los desencantados... Eres la confidente del borracho, el refugio del perseguido, el lecho que no tiene reposo. Eres la libertad y el equilibrio; no sujetas ni detienes a nadie, no sometes a los recuerdos y a la espera. Oh puta amiga, amante, amada, te canonizo a un lado de los hipócritas y los perversos, te doy todo mi dinero, te corono como hojas de yerba y me dispongo a aprender de ti todo el tiempo.

Loochkartt en Cali


El paraíso y el infierno
Por Miguel González
Aunque Ángel Loochkartt (Barranquilla, 1933), es uno de los artistas colombianos más reconocidos de su generación, resulta extraño que nunca haya realizado una exhibición individual de sus trabajos en Cali. Si bien obras suyas se pudieron apreciar en la primera y cuarta edición de la Bienal Americana de Artes Gráficas que se llevaron a cabo en el Museo.de Arte Moderno La Tertulia, en los años de 1972 y 1981 respectivamente. En esta misma institución se incluyó una pieza de su autoría dentro de la muestra de arte erótico celebrada en el 2002.
Loochkartt pertenece al grupo de artistas colombianos neofigurativos expresionistas de los años sesentas del siglo pasado que irrumpieron con gran ímpetu en el arte nacional, inaugurando un lenguaje directo, literario, neo-romántico y visceral. Hicieron que el hombre y sus pasiones ocuparan el centro del protagonismo y que la figuración alterada y convulsa fuera el vínculo para hablar de violencia física y moral, al tiempo que la sexualidad se convirtiera igualmente en un objetivo a tener en cuenta.
A esa generación de creadores colombianos pertenecen Pedro Alcántara, Luis Caballero, Leonel Góngora, Norman Mejía, un conjunto aguerrido de individualidades que estremeció la escena nacional revelando la condición humana en sus más extremos comportamientos. Si bien la narración física de las representaciones tenía como objetivo producir poderosas alegorías en torno a conflictos con la religión, la sexualidad, la muerte y la supervivencia, todo el proyecto de estos protagonistas iba encaminado a generar propuestas de redención y reivindicación de la tolerancia y la diversidad.
Como muchos de sus compañeros de actitud Ángel Loochkartt ha construido su propuesta armando series que le han facilitado hacer variaciones sobre temas específicos, algunos de esos son La Pepita (1963), La Sibila (1973), Los Congos (1977), Los Travestis (1977), Pinturas Eróticas (1979), Paisajes de Villa de Leyva (1981), Los Ángeles (1981), Los Ampones (1982), hasta conjuntos más recientes que incluye Las Amadoras de Bolívar, Retratos, Ángeles Musicales o Bajo la Piel de la Tierra, todo desde su lente exultante, ultra gestual, pletórico de color y con una pasión irrestricta por el cromatismo y el diseño de formas distorsionadas.
El paraíso y el infierno son para Ángel Loochkartt un mismo escenario de reflexión y de acción. Su pintura coexiste en ese conflicto con el cual ha podido construir el lenguaje que lo ha acompañado a lo largo de medio siglo de producción incesante.

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Reportaje con Loochkartt


Ángel Loochkartt (Barranquilla, 1933), uno de los más prestigiosos e influyentes artistas colombianos, reconocido en 1986 con el Premio del Salón Nacional, fue elegido ganador del Portafolio de Cultura 2011, otorgado por la Secretaría de Cultura de su ciudad natal. Afincado en Bogotá, de ascendencia holandesa, este catedrático, pintor y amador infatigable, ha poblado durante décadas nuestro imaginario con sus ángeles perturbadores, sus coloridos congos del Carnaval, sus lésbicas etruscas, sus mujeres malsentadas y los travestis y otros hijos rebeldes de la noche. La ceremonia, donde se reconocerá la fundamental obra de este neo expresionista colombiano, se realizará en Barranquilla a comienzos de septiembre.
Para festejar el importante Premio concedido a un artista integral, Con-Fabulación reproduce en su totalidad el profundo y lúdico reportaje realizado hace unos años al querido maestro, por los directores de la revista Común Presencia.

¿Qué color me buscará mañana?
Por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio

La sentencia de Rilke de que todo ángel es terrible, en Loochkartt tiene una ejemplar correspondencia. Este ángel nocturno que ha buscado la impronta de lo humano en los múltiples universos que pinta, plasmando los marginales mundos de prostitutas y travestis que enriquecen a la noche, es también un demonio solar que capta los personajes emblemáticos del carnaval de Barranquilla, la altiva soledad en sus retratos de mujeres “perdidas en el tiempo”, el fulgor en sus girasoles embriagados por la luz, la perversión de sus figuras etruscas, la lúdica de sus gatos acechantes, la pasión en el gesto suspendido de las amadoras de Bolívar, y en los amarillos, azules y verdes recién inventados.
Es demonio solar en sus profundas búsquedas donde el color asciende a su punto de peligro, en la desgarradura que le propina su acuciosa reflexión sobre este nuevo milenio; y ángel nocturno, cuando plasma al hombre de rupturas, al rebelde permanente, al hombre angustiado, al irónico sutil que no da tregua; en fin, al ser de linderos, de riesgos y de alquimias...

Nuestra reflexión se detuvo: Acabábamos de coronar la pendiente calle del antiguo barrio de La Candelaria y en instantes el rito sería bautizado.
Puntuales golpeamos la sólida puerta marcada con el número 1-00, de esta casa de cuatrocientos años que en la época de la Colonia era el comienzo y fin de Santafé de Bogotá, y nos abrió una mujer traslúcida y delgada conduciéndonos a la sala de espera, donde hay un piano que en ocasiones es tocado por fantasmas, cuadros, ángeles y flores. El pintor aparece con un gesto de alegría acompañado de un french-poodle y un dálmata, que con ladridos comparten el efusivo saludo de nuestro encuentro. Inesperadamente se escucha la voz de un niño que exclama: «¿Qué hago con estos perros?» Y Loochkartt contesta: «¡Métalos en la nevera!»
—Pintor es el que pone en crisis a la luz... —comienza diciendo sin preámbulos—. El lienzo en blanco es un cadáver que debemos resucitar... Y es tan difícil lograrlo... Artista es quien puede ver un color desde el lugar de otro. Es quien observa el amarillo desde el rojo para poder encontrarle un sentido inesperado.
Nos invita a seguirlo. Nos enseña esa antigua y hermosa casa donde sus pinceladas han viajado por ventanas, puertas, muebles, e incluso por la licuadora, el televisor y la cocina.
—El tiempo del deseo y el de los quehaceres no se fusionan. Aquí hay una distancia abismal que no se corresponde, por eso es esencial la soledad para el artista. Yo soy un anacoreta, pero al mismo tiempo, imagino lo que está sucediendo afuera. Esa realidad es la residencia del hombre. Sin embargo hay gente que sólo se nutre de lo que vive, pero quien está encerrado puede producir aromas y colores que surgen del interior y que son más reales que la misma realidad; porque cuando las cosas están dadas hay que reinventarlas, la realidad hay que intervenirla, y esa es la crítica frente a lo que existe. Perdonen mi divagación... A veces me dicen que mi apellido viene de loco pero en verdad, en holandés, significa papel rasgado —dice sonriendo.
Con excesiva minucia Loochkartt observa nuestros libros de poemas y revistas que le hemos regalado y va realizando comentarios. En la sala vemos un retrato clásico de sus hijos gemelos, un pequeño Pegaso de bronce, un enorme arpón de hierro africano, una antigua cítara, y en el fondo cuadros de sus travestis alados.
—Vamos a comenzar con estas uvas y después acudiremos a su líquida alma —dice mientras se levanta para alcanzar una bandeja con un racimo que va desgajando en un acto que se convierte como en la ceremonia de unas manos acariciando un cuerpo—. El pan y el vino son los únicos inventos que verdaderamente me deslumbran. Han pasado miles de años desde que el hombre domesticó el trigo y la vid y no se ha inventado nada más importante.
Se queda pensativo y agrega:
—Ya se avizora un nuevo siglo, un nuevo milenio. Es extraño pensar en el transcurrir. Mi pintura es una mirada en el tiempo, creo que eso es suficiente... Me agrada imaginar que después del año 2.000 algún crítico obtuso cuestione algo sobre mi obra para poder decirle: su pregunta es anacrónica, eso lo hice en el milenio pasado. Ser un pintor no comercial no es una virginidad, es una virtud.
Loochkartt se ríe infantilmente. Luego propone que lo acompañemos al estudio. Decididos subimos por una estrecha escalera de caracol y nos encontramos en un altillo que posee una hermosa vista sobre el antiguo barrio. El pintor no cesa de reflexionar:
—Esta es una época decadente. Como los amigos se han ido de viaje en Internet ya uno nunca los encuentra. Es una Edad ignominiosa. Por ejemplo a Michael Jackson yo lo encerraría en una jaula, es el producto de cómo no debería ser el hombre. Se convirtió en un híbrido de todos los híbridos del mundo. Por eso me asusta más Jackson que Frankenstein. Estos son los monstruos del siglo XX, los jinetes del apocalipsis; y como todo se está desmoronando y uno no sabe lo que pasará, el 31 de diciembre del 2000, frente a esta casa trazaré una raya en el piso, y cuando sean las doce de la noche saltaré al otro lado diciendo que soy un hombre del siglo XXI y todo estará arreglado. Diré también que todos mis amigos son del siglo pasado; por eso ahora firmo mis cuadros: Pintor al borde del siglo XXI.

"Bañistas". Óleo de Ángel Loochkartt

Pintura en el tiempo
—Yo le digo a mis estudiantes que la pintura es como la idea del jabalí móvil, le disparas pero no hay que matarlo, porque si lo matas estás muerto. Sobre una misma idea, construyes todas las ideas. Por eso en pintura no se murieron las flores, las frutas no son un tema menor, por eso no se acabó la fotografía del desnudo. En lo más trajinado está la revelación de la obra. El pintor Abullarach ha trabajado toda la vida sobre el arco superciliar y allí hay un universo, una totalidad.
—¿Es una deliciosa perversión pintar ángeles con forma de travesti?
—Yo soy un hombre de la noche, un pintor lunar; siento que la noche me atrapa mientras pinto y lo hago en forma compulsiva hasta ver estrellas verdes en el lienzo; por eso no soporto la cama para el ocio. Yo solamente la utilizo para soñar o para otro tipo de compromisos intensos que no tienen nada que ver con perder el tiempo.
—¿Lo alteran los meandros que comunican todas las artes?
—Para mí Kandinsky pintaba música, esto como ejemplo para reflexionar sobre los vasos comunicantes que existen entre todas las artes. La pintura vive y está en la poesía; la poesía está en la música y así sucesivamente. Aunque en la vida he tomado un camino del cual es difícil salirse, de pronto algo me ilumina y escribo. Tengo un libro de poesía que se titula A los ángeles digo que Omar Rayo quiere publicar en su colección de Roldanillo.
—¿Siempre estuvo obsesionado por los ángeles?
—Sí, hasta que se pusieron de moda. Mi nombre me predestinó. Por otra parte yo detesto las aves, nunca las como. Los únicos seres voladores que me gustan son los ángeles... Amo los seres evanescentes, las formas enigmáticas del universo femenino. La luz de una mujer siempre se te escapa y aquello duele. Cuando una persona quiere herirte debes preguntarte: «¿Por qué has fallado?, ¿por qué no diste en el blanco?» De modo recíproco cuando una figura dulce te hospeda en su interior debes proclamarle: «No sabía quién era hasta que te conocí», y agradecer ese alto reconocimiento. Sólo en el amor podemos ver nuestro rostro verdadero, aunque sea por un segundo, por una respiración.
—Según el Antiguo Testamento el amor inventó la muerte, el deseo nos liberó de la tediosa inmortalidad...
—El amor no está en el fuego como dijo Neruda, ni en el rescoldo, que es más misterioso, sino desgraciadamente para muchos habita en la ceniza. Es decir que es una devastadora evasión. Yo perdonaría a alguien que me mintiera amándome, ¡allá yo! Pero no a quien me ofrece sentimientos falaces. En cuanto a la inmortalidad sospecho que debe ser insoportable sin algunos seres que con su calidez y su poesía la tornarían fugaz. Creo que en el amor y la amistad es donde radica la más convincente eternidad del ser humano, porque cuando alguien se extingue quedan estrellas iluminadas, flores protegidas por manos cómplices; con esto digo que es muy difícil desaparecer, mientras existan los amigos.
En su estudio rodeado de ventanales, Loochkartt nos va mostrando cuadro por cuadro la serie de las mujeres etruscas. Nos habla de la decisión de su forma ovalada para semejar el espejo. Nos dice que la pintura no debe ser simplemente imagen en el espacio sino en el tiempo. Que es posible que una doncella etrusca se hubiera contemplado hace más de dos mil años como en sus óleos. El piso traquea temerariamente. Observamos el antiguo caballete donde a diario Loochkartt plasma sus fantasmas. Admiramos la línea poderosa e inconfundible que anima sus dibujos, el desatado color que invade sus lienzos. Su pincelada que llueve sobre la tela. Vemos en un cofre centenares de corchos de botellas de vino, tapas de óleos e innumerables tubos de pintura desocupados con los cuales se propone hacer una colorida instalación.
—Escucho música mientras pinto. A veces afino mi imaginación con Celia Cruz, Totó la Momposina o con Chopin... quien a propósito cuando invitaba a sus amigos a casa los deleitaba con una o dos de sus composiciones y luego bebía hasta claudicar. Entonces George Sand lo llevaba a su habitación y lo desnudaba para asediarlo dos o tres veces en la noche... Y este genio delicado no podía recobrarse al componer sus Polonesas para enfrentar a la amazona. Me gustaría pintar alguna de sus Polonesas... Pero sin la Sand... Algún día hallaré la forma...
—Confía más en el desequilibrio que en la armonía…
—Toda armonía tiene su intruso. Una sombra siempre rinde homenaje a la luz. Es necesario que la nube visite al sol…
—¿Cree que el despojamiento enriquece como los budistas?
—Opino que debemos perder para ser y si no encontramos nuestro antagonista habremos hablado en vano.   


Aprender a mirar
El artista observa con detenimiento una prueba de un grabado que está preparando para una exposición de su obra gráfica y comenta:
—Ustedes han podido notar que un inepto optómetra me recetó los lentes de Galileo; me voy a tener que dedicar al mundo unicelular —dice riendo y luego continúa—: Percibir es observar dentro de uno lo que se está mirando. Hay que tener un acto de religiosidad hacia aquello que escapa de la racionalidad del hombre, para poder comprender un dios, una borrasca o una tempestad... Las aguas desbordadas y todo lo que sale de la naturaleza con sus fuerzas interiores es inexplicable; por eso me encanta Cristo que fue el primero que soñó y asumió salvar a la humanidad. La locura debe ayudar al hombre, él quiso demostrarlo. Una vez pinté un Cristo y se lo regalé a unos ateos con la intención de ver qué pasaba. La religiosidad es un tema que me apasiona. Además aprecio muchas obras que surgieron a la sombra del cristianismo, la gran arquitectura que tenemos en nuestras iglesias, los grandes poetas, por ejemplo sor Juana Inés; toda la pintura del renacimiento: Leonardo, Miguel Ángel, allí es el ser místico quien trasciende y la deidad es la posibilidad de sentir el paraíso.
—¿Aún piensa que la religión puede salvar al hombre, cuando en estos países subdesarrollados ha sido esencialmente una condena?
—Aquí en Colombia el delirio nunca es mágico o dulce, parece ser siempre funesto, y las buenas intenciones terminan forjando algo peor que lo establecido. Todo cambio verdadero requiere de una visión poética, artística, para que permanezca. En nuestro país han pasado cosas muy graves. Los jueces sin rostro son macabros, la justicia que debe tener cara para juzgar no existe o siempre se vuelve invisible. Yo por mi parte quiero una muerte en la que me pueda llevar el cuerpo, en la que pueda ver y oler y tocar... Pero ahora no hablemos de eso, mejor démosle la palabra a la vida, a la noche.
Cuando Ángel Loochkartt era profesor de la facultad de Artes de la Universidad Nacional, sus apreciaciones estéticas eran siempre controvertidas, no sólo por su actitud frente a su oficio libre, o sus búsquedas pictóricas inquietantes, sino también por su discurso de respuesta frente a los asiduos cierres de la Universidad.
Cuenta cómo durante un cierre del Alma Mater declaró aula a la Plaza de Bolívar para continuar el programa con sus estudiantes; se citaban allí a las 6 a.m. a observar al barrendero que pasaba, a las 7 al obispo, a las 8 a las lascivas secretarias, a las 9 a los funcionarios, a las 10 a los burócratas, a las 11 a los lagartos, y a las 12 a los lagartos que salían a almorzar... «Todo hay que fotografiarlo», les decía a sus estudiantes, la apreciación del ojo es definitiva para conocer el mundo e inventar la obra. O se dedicaba a llevarlos a teatro, a cine, o los paseaba por los barrios surorientales para que aprendieran a mirar: a pintar; y así se aproximaran más a esta desgarradora realidad. En otra ocasión viajaron a Tierradentro y extraviados fatigaron la cordillera durante 36 horas de camino. Y no faltó el día que se desnudó y saltó con sus estudiantes a las frías aguas de la laguna de Guatavita durante una clase de color, ante la mirada atónita de algunos colegas ortodoxos que hacían parte del grupo.

Serie: "Los espejos etruscos". Óleo de Ángel Loochkartt

Los espejos etruscos
—Esta es una ciudad apabullada, por eso uno se va reduciendo, se va aislando y sólo puede disfrutar de ciertos espacios para hablar con los amigos. Cuando se bebe alcohol, o se consume coca, láudano o yagé, se hace para sentirse bien y según el efecto se habla o se calla, pero siempre se hace para conocerse, ser mejor, no para alcanzar una locura estéril, sino para dialogar con los dioses. Estas experiencias no deben manifestar las cosas reprimidas, sino llevarnos a vivir un acto florido, el magnetismo de compartir, de halagarse, de disfrutar. Un hombre debe ser lo que es hasta en lo más profundo de su inconsciente. Allí está la esencia pura del hombre.
Loochkartt sentado en una sillita sintoniza una pequeña grabadora mientras dice que las emisoras de música clásica son afónicas. Luego explica su pintura:
—Estos cuadros surgen de la exploración de la cultura Etrusca del siglo V de Pericles. En esa época aparecieron una serie de emigraciones de colonias griegas hacia el occidente de Italia donde se instalaron. Esta era una cultura de la mujer, en verdad matriarcal... Y es lo que he pintado. Quiero jugar a presentar lo que ellas podrían ver en los espejos... En esta serie de mujeres el espectador ve algunas escenas de las damas etruscas atrapadas en su imagen, por eso cambié el formato de los cuadros hacia una forma circular, y los enmarcaré con un mango que simule un verdadero espejo.
—¿Está de acuerdo con ese personaje del cuento de Borges que dice: la cópula y los espejos son abominables porque reproducen el número de los hombres?
—No, porque ensimismarse en la cópula y en los espejos permite ver todas las dimensiones del ser y causa asombro. Yo tenía una alumna que se llamaba Helena, era una mujer hermosa que poseía una melena de leona, y siempre llegaba a clase llorando; un día le dije: «Si sigues así me vas a matar ¿por qué no vas a tu casa, te desnudas y te miras en un espejo del tamaño de tu cuerpo, te contemplas y te descubres, para que entiendas la importancia del ser que eres?» Ella lo hizo. Y desde entonces comprendió que allí estaba la curación. Recuerdo que cuando era niño leía todos los comics, y Mandrake al ser asediado por Narda, se metía en el espejo y desaparecía. ¡Qué maravillosos son los espejos!
De nuevo nos conduce hacia el primer piso por esas estrechas escaleras de madera espiraladas, donde entre caballetes vimos canastos con frutas secas, flores marchitas, bodegones con sandías de carne y peces alucinados, cuadros de Congos del Carnaval de Barranquilla y el pequeño lienzo de una prosti titulado "Pepita coqueteando".
—Una cosa que me molesta —divaga—, es esa prepotencia de la persona que cree que es culta y muy inteligente; este hecho lo he soportado en algunas ocasiones, y por tanto cuando me presentan a alguien con esas características prefiero decir: «Yo soy Ángel Loochkartt y soy bruto, el más idiota; en mi casa los inteligentes son mis perros».
 Ya de nuevo en la sala principal, escuchando la música de Jorge Negrete y acompañados con una pequeña y hermosa guitarra que el pintor tañía con destreza, nos dedicamos a cantar, a hablar de los colores que lo perseguían, a comentar ciertas piezas musicales, «pues si no hubiera sido pintor habría sido serenatero, pero el mejor», comenta, y seguimos libando, disfrutando la noche y hablando del amor hasta el cansancio.
—¿Cómo fue su experiencia en la mítica Cueva en Barranquilla, en ese dionisiaco espacio que convocó a García Márquez, Cepeda, Obregón y tantos artistas en los años cincuenta?
—Allí supe lo próximo que está de todo hombre el amanecer. Los amigos siempre poblaban la noche haciéndola fugaz. Recuerdo que una vez Alejandro Obregón quien era casi invencible apostando pulsos y presumía del poder de sus brazos me retó y le propiné una inolvidable derrota. Confundido propuso otro duelo con la mano izquierda y lo vencí igualmente. Los bohemios hicieron un cerco alrededor alentándolo para que propusiera otro desafío. Las apuestas crecían. Por último terminamos disputando pulsos con los codos sobre las sillas, sobre la barra, sobre el piso, y siempre salí victorioso, pero la vida tiene unos extraños equilibrios. Años después durante una tempestad mi auto terminó bloqueado por el poder de las aguas, hecho muy frecuente en Barranquilla que ha creado la costumbre surrealista de atar los carros a los postes con lazos como si fuesen caballos, y ante mi desesperación al ver que el agua comenzaba a entrar por la ventana quedé atemorizado sin poder reaccionar, pero en ese preciso momento apareció Alejandro con una horda de bohemios que venían desde la noche anterior y entre todos levantaron mi pequeño auto, conmigo adentro, y lo entronizaron sobre un andén a salvo de las aguas. Ese día no sólo debí perder los sucesivos pulsos a los que fui retado por esa bestia apocalíptica sino cancelar toda la cuenta a Eduardo Vilá, en agradecimiento con ese pintor tan querido que hizo de su pincelada un relámpago.
Los brindis se sucedían. Loochkartt habló de su vivencia en Roma donde era vecino de una consumada erotómana, que cuando tenía un encuentro febril, para mantener su reputación aparecía en la puerta de su apartamento con una maleta vacía diciéndole que saldría de viaje. Él contribuía con el simulacro, deseándole suerte en su periplo, pero sabía que esa noche no podría dormir, víctima de los graves acentos orgiásticos desarrollados en el apartamento contiguo. «Italia es de un libertinaje subterráneo», infirió.
El licor llega a su fin. Los perros ladran a la luna. Nos vamos despidiendo lentamente y entonces lo escuchamos decir:
—Cuando nos volvamos a encontrar, aunque pasen varios meses, procuremos que no se sienta la ausencia… Recuerdo que un día el maestro Jorge Elías Triana desapareció de su casa por 15 años y como si hubiera partido el día anterior, retornó un mediodía diciendo: «¿Hola, cómo les va? ¿Ya está el almuerzo?»
Bajamos caminando por la noche bulliciosa de la Candelaria. Evocando momentos que escribiríamos de la entrevista, recordando fragmentos de esa comunión con lo humano, festejando los hallazgos de su obra pictórica y pensando que un verdadero ritual puede poner en entredicho al tiempo.
Por eso hoy, dos años después de esta inolvidable visita, llegamos a su casa como si los relojes se hubiesen detenido. Nos abre la puerta la misma mujer lánguida, corretean los perros, luego arriba Loochkartt como descendiendo de sus óleos y celebra efusivamente nuestra aparición. Y nosotros como si nos hubiéramos visto ayer, como si el tiempo hubiese sido burlado, preguntamos con felicidad por el almuerzo.
—Pintor es aquel que destruye el color blanco... Quien esconde un matiz para que nadie pueda hallarlo… —dice invitándonos a la sala mientras pide que nos traigan uvas, y exaltado agrega—: ¿Nunca les conté cuando en Roma con un grupo de pintores ebrios le dábamos serenata al Papa y nos bañábamos desnudos en la Fontana de Trevi? ¡Sólo el artista vuelve de la locura con sus hallazgos, sólo él puede encontrar en las tinieblas!
Bogotá, agosto de 1998

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